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No es solo un disco, es una maldita emboscada emocional. Sufjan Stevens te lleva directo al centro de su dolor, te atrapa con esas melodías que parecen inofensivas y luego, sin previo aviso, te destruye. Este álbum es un puñetazo en el estómago y una caricia al mismo tiempo. No es música para escuchar, es para sentir, para vivir.

Estamos hablando de un hombre que abre su alma como una herida y te invita a meter las manos. Aquí no hay espacio para disfraces ni para esconderse detrás de orquestas gigantes. Sufjan se despoja de todo, quedándose solo con una guitarra, un susurro y la verdad más cruda: el abandono, la muerte, el arrepentimiento. ¡Es brutal! Te mete de lleno en la relación rota con su madre, una figura casi fantasmal que lo dejó y lo marcó para siempre. Pero no hay odio, ¡y eso es lo más devastador! Solo amor y más amor, del tipo que te consume aunque no lo puedas devolver.

Escucha “Fourth of July” y dime que no te deja en el suelo, preguntándote si alguna vez podrás levantarte. “We’re all gonna die” repite, una y otra vez, y cada vez que lo dice, te quema un poquito más. Es un disco que te recuerda lo frágil que eres, lo insignificante de la vida, y al mismo tiempo te da el empujón necesario para seguir respirando, aunque todo duela.

Y cuando crees que ya no puede doler más, aparece “Should Have Known Better” y te clava otra vez: ese vacío por no haber intentado lo suficiente, ese lamento silencioso que todos llevamos dentro. ¡Sufjan no se guarda nada! Y lo peor (o lo mejor, depende de cómo lo mires) es que no puedes dejar de escuchar, aunque cada canción te rasgue un poquito más por dentro.

“Carrie & Lowell” no es para los débiles de corazón. Es para los que se atreven a mirar el abismo y reconocer que sí, estamos jodidos, pero de alguna manera, eso es lo que nos hace humanos.

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