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Pinkerton es un descalabro. Rivers pierde la chaveta, pinta las paredes de su cuarto de negro y se encierra durante un año entero a analizar con excels y gráficos los secretos de las canciones de los Beatles y Oasis e intentar replicar, como si fuese una IA, la fórmula de la canción pop perfecta.
Y la cuestión es que el tio lo consigue. Sí, en el camino pierde toda la personalidad y lo orgánico de su sonido, las letras se convierten en un copia/pega de frases genéricas sin sentido entre sí y en los punteos se dedica a repetir, nota a nota, las melodías vocales, pero las canciones funcionan como un tiro.
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